dilluns, 21 de juliol del 2014

Las academias y la investigación


LAS ACADEMIAS Y LA INVESTIGACIÓN
(Conferencia presentada en la Real Academia Nacional de Farmacia de Madrid en Septiembre de 2012)

Dr. Oriol Valls

Excma. Sra. Presidente de la Real Academia Nacional de Farmacia.

Excmo. Sr Presidente de la Real Academia de Farmacia de Cataluña.

Muy Ilustres Sras. y Sres. Académicos.

Señoras y señores

Voy a hablarles de investigación en farmacia y sobre el papel de las academias de farmacia en esta investigación. Pero en lugar de apabullarles con datos y cifras sobre la investigación farmacéutica española y mundial, que se pueden encontrar en cualquier base de datos o página web de internet, con mucha mayor precisión de lo podamos hacerlo hoy aquí, me gustaría hacer algunas reflexiones sobre la actual situación y la necesidad de la investigación en el mundo farmacéutico, así cómo las academias colaboran en esta investigación.

Por ello limitaré mi intervención a formular una serie de preguntas seguidas de unos breves apuntes de mi opinión personal sobre cada una de ellas, basadas en mi experiencia de casi 50 años en este campo de la investigación.

La primera pregunta que me gustaría formular hoy es la siguiente:

¿Es absolutamente necesaria la investigación en nuestro entorno farmacéutico? O ¿Sería suficiente adaptar a nuestro país los inventos que proceden de allende de nuestras fronteras, es decir, vamos a ser prácticos y digamos como Miguel Unamuno “Que inventen ellos”?

La respuesta no es tan obvia como puede parecer a simple vista. Con una simple visión economicista, siguiendo los vientos que corren ahora en tiempos de crisis, es fácil ver que, en el actual contexto de globalización mundial y con la facilidad de comunicación que existe entre puntos alejados de nuestro planeta, resulta más rentable realizar la investigación en grandes centros, dotados de extraordinarios medios y con personal altamente cualificado, que diseminar esfuerzos en múltiples pequeños departamentos y laboratorios, repartidos en miles de pequeñas comunidades y dotados de recursos materiales y humanos mínimos.

Esta afirmación, absolutamente válida según mi modesto entender, en otros temas como son la administración de recursos alimenticios o la producción de bienes de consumo de alto coste, choca, en el caso de la investigación, con la realidad cotidiana.

Frecuentemente observamos que, en un modesto laboratorio de una recóndita facultad universitaria, de una pequeña ciudad provinciana, se desarrolla un nuevo producto o una nueva tecnología que acaba teniendo un gran interés en el entorno donde se ha producido el invento y, si la persona o el equipo que lo ha desarrollado tiene suficiente iniciativa y capacidad para dar difusión al invento, puede incluso llegar a alcanzar interés mundial.

Éste hecho, que puede contrastar con la teoría puramente económica antes citada, reside en que la investigación científica es una creación humana y en que es más arte que técnica, por lo que, como tal hecho artístico, requiere que existan simultáneamente tres premisas, a saber, buena preparación del artista-investigador, conocimiento en profundidad del objetivo a alcanzar y de las dificultades para alcanzarlo y, sobre todo ilusión por la empresa-aventura que implica llevar adelante el proyecto investigador .

Este sistema de producción investigadora, casi individualizada, o en pequeños laboratorios, no está reñido, en absoluto, a la participación y colaboración con otros grupos que trabajen en temas afines, para intentar desarrollar un gran proyecto, incluso a nivel mundial. Por otro lado, con la facilidad que existe hoy día de comunicación y desplazamiento del personal, le resulta fácil a cualquier investigador requerir la colaboración de un gran centro de investigación, dotado de la tecnología adecuada, para que colabore en la resolución de algún problema concreto que surja durante el desarrollo del proyecto investigador.

Vamos a formular una nueva pregunta:

 

 

 

¿Qué clases, formas o tipos de investigación hay?

La investigación tiene muchas variantes. Se habla de investigación pura y aplicada, división que no siempre está clara. La investigación pura sienta las bases de la aplicada y en muchos casos mientras se está realizando investigación pura se producen descubrimientos de un interés práctico fundamental. Seguramente Fleming estaba realizando investigación pura cuando descubrió casualmente la penicilina y sentó las bases de la farmacoterapia actual.

A mí me gustaría hacer otro tipo de clasificación de la investigación en función de su objetivo: la vocacional, la coyuntural y la funcional, aunque en muchos casos se den situaciones intermedias. La vocacional es aquella que se realiza con la única finalidad de conseguir avanzar la ciencia, la satisfacción que produce la obtención del resultado o la ilusión de buscar y hallar. Este tipo de investigación es el menos frecuente pero conocemos casos de jubilados con buen estatus económico que dedican su tiempo a la investigación, profesores que han llegado al cenit profesional que encuentran su razón de ser y estímulo en obtener buenos resultados en sus investigaciones y, en otro extremo están los becarios, sin ninguna posibilidad de promoción que buscan en su trabajo de investigador únicamente la satisfacción de la Ciencia por la ciencia.

Mucho más frecuente es la que denomino “conyuntural”, suele realizarse en centros públicos (universidades, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, hospitales, etc.) Se realiza primordialmente para conseguir la promoción personal, mejorar la categoría profesional, sueldo, etc. La finalidad de la investigación no es ya la satisfacción en si misma sino que se trata de conseguir el máximo número de publicaciones (los llamados “papers”), si puede ser en revistas de alto índice de impacto. Si no se puede publicar rápidamente la investigación no tienen mayor interés.

Aunque este estilo de investigación pueda parecer poco romántico es el que suele dar mejores resultados. Aparte de ello, el investigador, a la larga, suele ilusionarse con el proyecto investigador de tal forma que llega a considerarlo como algo propio, algo que ha contribuido a crear y se sienta como un investigador vocacional.

 

El tercer tipo, que yo llamo “funcional” es propio de la empresa privada. Muy importante en la industria farmacéutica. El objetivo está claramente definido desde el principio. Debe conseguirse un invento original, que sea rentable, con el menor coste posible y a la mayor brevedad posible. Estos condicionamientos no son óbice para que se hayan conseguido un gran número de inventos, sobre todo en el campo del medicamento.

Las empresas industriales saben que invirtiendo grandes sumas de dinero en investigación podrán lanzar productos más novedosos al mercado y, con ello incrementar el desarrollo de la empresa y conseguir nuevos beneficios. Es vital para la supervivencia de la empresa. Los resultados no se publicarán hasta que se haya terminado todo el proceso y se haya sacado el producto al mercado, y se publicará únicamente aquello que convenga para la mejor promoción del producto.

En las prisas, antes citadas, reside el peligro de este tipo de investigación. En algunas ocasiones y en otros tiempos, se han lanzado productos al mercado, no suficientemente experimentados, como el desgraciado caso de la Talidomida o, más recientemente, el de algunos inhibidores selectivos de la ciclooxigenasa COX-2.

Quisiera que en esta visión del panorama de los tres tipos de investigación no se viera ningún tipo de crítica. En mi vida profesional he practicado los tres tipos y, en este momento no sabría decir cual de los tres es el mejor.

Inmediatamente surge una pregunta consecuencia de la anterior:

¿ Dónde es preferible realizar la investigación? ¿En centros públicos o en privados?

Evidentemente, y tal como hemos apuntado, existen argumentos para defender ambas posibilidades. Las empresas son quienes, en primera instancia, se van a beneficiar de la investigación, desarrollo e innovación (I+D+I). La inversión en recursos materiales y humanos destinados a la investigación se pueden traducir en resultados económicos, aunque, en este caso, el riesgo de la aventura en I+D+I es mucho mayor que en otras actividades empresariales. Aquí, el resultado de una alta inversión puede fácilmente convertirse en nada, como por desgracia ocurre con excesiva frecuencia. En I+D+I no son válidas las reglas de mercado. Es como hemos dicho una aventura.

La investigación es un arte muy costoso que puede producir a una obra genial, de alto valor, o puede conducir a un rotundo fracaso con pérdida de la inversión realizada. Solo las empresas con alta visión de futuro y con directivos muy ilusionados con el quehacer empresarial, son capaces de invertir en la aventura de la investigación. A esto se añade el poco valor que las administraciones dan al producto innovador en un entorno excesivamente economicista apostando por el medicamento genérico que no es más que una simple copia, que se aprovecha del trabajo investigador realizado por otros cuya patenta ya ha caducado.

Afortunadamente el sector de la industria farmacéutica sigue siendo de los más creativos y de los que más invierten en I+D+I. El 90 % de los medicamentos que se utilizan en la terapéutica actual, han sido descubiertos por la industria privada

La investigación farmacéutica, sin embargo, no está exenta de dificultades. Los cambios producidos en los ámbitos socio-económicos y científicos durante los últimos 30 años han representado un enorme incremento sobre las cargas que pesan sobre la investigación de nuevas moléculas con actividad farmacológica, a la vez que la progresiva presión sobre los precios de venta de los medicamentos limita el margen de las compañías farmacéuticas para financiar la investigación. Además la tendencia de los últimos años de un crecimiento negativo de las ventas, motivado en gran parte por decisiones gubernamentales, no permite compensar el incremento del gasto en I+D+I que ha tenido lugar.

Actualmente, en nuestro país, sintetizar y lanzar al mercado una nueva molécula representa más de 5 años de trabajo con una inversión mínima de 300.000 ó 500.000 € y a veces mucho más.

Estos altos costes se deben a las exigencias cada vez mayores para demostrar la eficacia y sobre todo la inocuidad y la seguridad en las fases de investigación preclínica y clínica, que debe llevarse a cabo en varios países y varios continentes; a la necesidad de personal multidisciplinar y cada vez más cualificado y especializado; y a la introducción de normas estandarizadas de trabajo cada vez más estrictas (Buenas prácticas de Fabricación, Buenas Prácticas de Laboratorio, Buenas Prácticas Clínicas; Normas ISO 2000, etc.).

En otro lado están los centros públicos: Universidades, Departamentos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Centros sanitarios públicos, etc. Dotados de importantes recursos humanos y variables recursos materiales, en los que la investigación adquiere una dimensión distinta. Aquí, como se ha dicho antes, no se busca directamente el resultado económico, ni el desarrollo empresarial, si no que la investigación en sí y la promoción personal constituyen su razón de ser.

Por otro lado, los centros públicos deben investigar porque la sociedad se lo demanda, porque el pueblo, a través de sus organismos dirigentes, invierte recursos procedentes de sus impuestos para que, en parte o totalmente, según el caso se dediquen a esta labor investigadora.

Como ya hemos comentado al hablar de los tipos de investigación, las motivaciones del personal adscrito a estos centros son muy distintas del caso de las empresas privadas.  El ritmo de trabajo es mucho más tranquilo y no hay que alcanzar objetivos a tan corto plazo. Esto hace que, a pesar de la atención que, en estos tiempos de crisis, aún siguen prestando los organismos oficiales a la investigación pública, los resultados no sean tan espectaculares como los obtenidos por las empresas privadas en el campo del medicamento.

En los últimos años, las administraciones están realizando un importante esfuerzo para minimizar la disyuntiva, investigación pública versus investigación privada. Las empresas necesitan para crecer, e incluso para sobrevivir, lanzar frecuentemente nuevos productos al mercado, aplicar nuevas tecnologías y, en definitiva, innovar. Pero las empresas de tamaño pequeño e, incluso mediano, difícilmente pueden dedicar recursos de forma permanente para desarrollar productos de I+D+I.

Por otro lado la Universidad y los organismos públicos, en general, disponen de pocos recursos económicos para llevar a buen fin sus proyectos y para ir mejorando la infraestructura de sus laboratorios de investigación.

La solución reside en los proyectos de colaboración industria-universidad. En ellos las empresas interesadas proponen un proyecto de su interés, que será desarrollado por el personal investigador de la Universidad y financiado por la empresa, la cual será la propietaria del resultado del proyecto. El grupo investigador de la Universidad recibirá un dinero que le permitirá, aparte de completar el proyecto de investigación propuesto por la empresa, disponer de recursos para otros proyectos propios y para ir mejorando su infraestructura. Además, a los investigadores les permite, también, mejorar su curriculum.  

Los elevados costes que representa la investigación, sea en el ámbito público o en el privado, repercuten de manera directa o indirecta en los precios de los medicamentos. Esto nos lleva al siempre problemático dilema de si los medicamentos son caros o baratos.

Desde hace algunos años algunos economistas han empezado a profundizar sobre el tema, creándose lo que se ha dado en llamar “farmacoeconomía”. Se ha empezado a exigir que los medicamentos sean no solo eficaces y seguros, si no que demuestren ser una buena inversión para la salud, ya sea desde el punto de vista coste/efectividad, o coste/calidad de vida, sobre todo comparándolos a otros medicamentos existentes. La sociedad exige que un medicamento no solamente cure las enfermedades, sino que lo haga a un precio razonable. Éste es precisamente el gran reto de la investigación en nuevos medicamentos (bueno, bonito y barato).

Nos queda una pregunta fundamental para nosotros:

En este contexto ¿Qué papel tienen las academias de farmacia?

Como hemos dicho, se hace investigación en las Universidades, en los centros del Consejo de Investigaciones Científicas, en las empresas innovadoras, en centros hospitalarios, etc.  Pero no en las Academias. ¿Significa esto que las Academias pueden inhibirse del tema de la investigación? Ciertamente No. Las Academias, y me centraré en las academias de Farmacia, son promotoras de las Ciencias, en este caso farmacéuticas. Deben por tanto, por su misma esencia, como promotoras del conocimiento en el ámbito que les es propio, implicarse en la investigación y dar difusión a los resultados obtenidos por los investigadores. 

¿Deben, según esto, las academias publicar todo lo que se investiga? Evidentemente, esto, a la par que imposible resulta inútil. El papel de las academias debe centrarse en recopilar, filtrar y analizar lo que se realiza en los centros de investigación, seleccionando lo que es realmente interesante y positivo y separándolo de lo que es poco interesante o repetitivo. Deben además digerirlo y presentarlo adecuadamente para su divulgación.

Las academias de farmacia disponen de un altísimo potencial humano especializado en las ciencias farmacéuticas. Muchos de los académicos trabajan o han trabajado en investigación. Están por lo tanto capacitados para realizar este filtraje y publicarlo, sea de forma oral, en conferencias o seminarios, sea de forma escrita en monografías o en las publicaciones regulares de las academias.

Es habitual que diversos profesores universitarios y otros profesionales investigadores, una vez terminada su vida laboral, sigan en las academias aportando sus conocimientos y experiencia para realizar, de forma desinteresada, este trabajo de selección, síntesis y divulgación.

La labor de las academias es pues fundamental para que la sociedad conozca el trabajo que realizan los investigadores de todo el mundo.

 

Muchas gracias por su atención

 

 

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